Arte para la nariz

Michelle Ostwald
02/07/2018
El olfato sigue siendo un sentido descuidado por el arte. Un nicho de pocos, que va ganando terreno.


Un deleite para la nariz: “La primera súper cena” de Christophe Laudamiel en la Galería Mianki en Berlín.

Él lo llama su “piano”: Christophe Laudamiel se encuentra frente a su enorme estante lleno de de frascos etiquetados con alrededor de 1500 referencias distintas. Ellas señalan extractos de diferentes aromas, desde maderas, frutas y flores, hasta olores sintéticos. aunque el francés principalmente vive en Nueva York, en su taller ubicado en Berlín-Schöneberg Laudamiel se inspira en la creación de aromas para hoteles y diseñadores.


Laudamiel crea sus aromas con sus alrededor de 1500 notas de olor. Un perfume consta de entre 40 y 80 notas aromáticas distintas

Las composiciones aromáticas del piano

Laudamiel tiene interiorizadas la mayoría de sus fragancias desde hace algún tiempo, pero gran parte de su trabajo sigue funcionando sobre el principio de la cata. “Esto no tiene nada que ver con hechizos”, dice Laudamiel, “no existe ningún componente mágico para lograr la fragancia ideal”. Todo comienza con una idea general y luego viene el experimento. Así compone Christophe hasta encontrar una fragancia que le conquiste.

Laudamiel es uno de los cerca de 2000 perfumistas que hay en todo el mundo. Después de completar sus estudios en el MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts), su primera conquista en el mundo de los aromas fue la creación de una fragancia de flor de cerezo para un importante fabricante de detergentes durante una pasantía. A esto le siguieron perfumes para Tommy Hilfiger, Burberry, Beyoncé, Michael Kors; y creaciones galardonadas como “Polo Blue para hombres” para Ralph Lauren y “Fierce” para Abercrombie and Fitch.

Experimentos que despiertan los sentidos

Christophe Laudamiel no es un clásico perfumista, sino un artista de fragancias. Se apasiona especialmente por la interacción de los sentidos. “Cuando bebes un vino y al mismo tiempo escuchas música clásica o reggae, puedes saborear diferentes notas”, dice Laudamiel. “Es lo mismo que pasa con las imágenes que, aunque sean las mismas, se perciben diferentes si el olor del ambiente cambia”. El artista desarrolló los denominados “Scent Squares” o cuadros perfumados para la Galería Mianki en Berlín, en 2014. Se trataba de marcos vacíos pero aromatizados, a través de los cuales se podía ver en una pantalla formas y colores abstractos que se alternaban entre sí. Aunque la fragancia no cambiaba, las imágenes hacían que surjan otras notas de olor. Actualmente, Laudamiel, junto con el pintor Detlef Halfa, presenta en Mianki “la primera súper cena de olor” compuesta por ocho platos. En una mesa se puede oler las creaciones perfumadas en platos hondos y jarrones, mientras que las pinturas de Halfa le daban al menú un ambiente muy especial.


Un deleite para la nariz: “La primera súper cena” de Christophe Laudamiel en la Galería Mianki en Berlín.

Laudamiel reclama que quisiera que exista un mejor mercado para el trabajo creativo con fragancias, una mejor oferta en formación y un mejor respaldo financiero. Pero sobre todo mayor reconocimiento en la sociedad, que aún percibe este arte como un nicho de pocos y a menudo como un experimento gracioso.

Una nueva forma de presentación: el Osmodrama

El también artista de fragancias Wolfgang Georgsdorf tuvo que luchar para conseguir patrocinadores en 1996 cuando por primera vez creó un órgano de fragancias, como un piano de aromas. “Los primeros intentos de cines con olores fueron en 1906”, dice el artista, apuntando que “hoy en día tenemos las condiciones necesarias, pero mucha gente sigue escéptica”. La segunda versión de la máquina, que se llamó el “Smeller 2.0”, fue probada por Georgsdorf por primera vez en 2012. Esta última se la puede apreciar en la exposición “El mundo sin exterior”, en el Martin-Gropius-Bau de Berlín. En una sala blanca, la “audiencia”, como la llama el artista, se sienta en unos bancos muy simples, lo que les permite centrar su atención en una composición de olores de 12 minutos. Ese es el “Osmodrama”, una composición de 65 aromas distintos, emitidos uno tras otro, que se expanden y desaparecen con tan solo un respiro.

Detrás de la malla que recubre la máquina están los enormes tubos de acero, la composición parece de película de ciencia ficción. La gente adivina y sonríe cuando reconoce el olor a césped recién cortado o cuando estos les recuerda a los dulces de su infancia. Los aromas no solamente son agradables, también hay de excrementos que provocan otras muecas. “Puede que el olfato tarde más en reaccionar que la vista o el oído, pero el efecto de los olores es más directo, porque llegan inmediatamente a nuestro centro emocional, sin necesidad de que la razón se active”, afirma Georgsdorf. A sus cinco años, el artista austriaco construyó su primera caja de olores suministrada con productos de la farmacia de su abuelo, que era químico. Georgsdorf deposita grandes esperanzas en el arte de los olores: “estamos sobresaturados de estímulos visuales, que están alimentados por elementos alejados de la realidad natural. Las personas quieren volver a la naturalidad y los olores son perfectos para ello”. Georgsdorf ya tiene listos bocetos para el “Smeller 3.0”, 4.0 y 5.0.

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