SUELOS Y VINOS





Los suelos se componen de proporciones variables de roca madre erosionada en el mismo lugar; de materiales transportados por la gravedad, el viento, el agua o la actividad glaciar; y de materia orgánica depositada en el lugar o transportada por medios similares a los otros materiales. Los suelos cubren la roca madre (ver El Suelo en la Viticultura).


Generalmente los mejores suelos para la viña son los formados por una mezcla de partículas de diferentes tamaños (ver Suelos y Textura).


La arcilla está formada por las partículas de menor tamaño, seguido del limo, la arena y la grava. Las uvas para vinos tintos se benefician de que haya una parte sustancial de arcilla en el suelo ya que el pequeño tamaño de las partículas es ideal para la toma de nutrientes y de agua por las pequeñas raíces aunque si las partículas son demasiado pequeñas pueden ahogar a la planta. Está facilidad para alcanzar los nutrientes permite a la planta desarrollar los componentes fenólicos de la piel de la uva que posteriormente proporcionarán el color, los aromas y la textura del vino.


Los minerales y micronutrientes de la arena y la grava, incluso en las de menor tamaño, son inaccesibles para las raíces de la viña. Los suelos compuestos por altas concentraciones de arena y grava y bajas concentraciones de arcilla tienden a ser pobres en nutrientes. Son muy porosos y su escasa retención del agua hace que las raíces tengan dificultades para absorberla. Este tipo de suelos produce vinos tintos más pálidos y delicados además de vinos blancos.


El limo no tiene ni la capacidad para liberar nutrientes y retener agua de los suelos de arcilla ni el drenaje y bajo vigor que desarrollan las plantas en los suelos de arena. Una mezcla de arcilla y arena con una baja proporción de limo es generalmente el suelo óptimo para la viña aunque el clima, la exposición, la profundidad del suelo y la variedad de uva y tipo de patrón determinan las mejores proporciones.


Uno de los constituyentes químicos común en muchos suelos es el carbonato cálcico. Durante millones de años grandes proporciones de lo que ahora es tierra firme permanecieron bajo el mar. Durante vastos periodos de tiempo los esqueletos y conchas de los organismos marinos muertos fueron acumulándose en el fondo del mar, descomponiéndose y liberando el carbonato cálcico que formó rocas sedimentarias de diferente dureza y friabilidad.


El carbonato cálcico ofrece pocos nutrientes al suelo pero mejora su capacidad de retención de agua. En ocasiones estas rocas o partículas ricas en carbonato cálcico afloran a la superficie, formando suelos blancos o de tonos pastel que reflejan la luz solar por lo que son más fríos que los suelos más oscuros. Las viñas que crecen en suelos húmedos, fríos y con bajo contenido de nutrientes como éstos, tienden a producir vinos más pálidos, más aromáticos, con mayor acidez y menos taninos. Ya que las características anteriores son muy positivas para los vinos blancos es habitual encontrar viñas de variedades blancas en estos suelos calcáreos. Para los vinos tintos, en general, produce vinos más frescos y elegantes cuando se usan estos suelos. En algunas áreas las lluvias han extraído el carbonato cálcico de las piedras calizas dejando un residuo de oxido de hierro que tinta de rojo la superficie del suelo.


Otro suelo excepcional proviene de los esquistos erosionados. El esquisto es una roca metamórfica laminar que puede almacenar agua entre sus láminas. Las raíces de la viña penetran entre estas láminas, rompiéndolas, en busca de agua. Dependiendo de la dureza, friabilidad y composición el esquisto puede descomponerse rápidamente en arena, limo o arcilla. Los suelos resultantes de este proceso están en constante evolución desde las partículas más grandes a las más pequeñas.


En los suelos volcánicos el tamaño de las partículas varía desde el polvo hasta las piedras pero generalmente domina la arena. Los diferentes tipos de rocas incluyen la pumita (piedras pómez), las partículas más pequeñas de rocas negras volcánicas (lapilli, plural de lapillus) y la toba volcánica (tufo volcánico). Los suelos volcánicos son ricos en micronutrientes pero pobres en macronutrientes como el nitrógeno y el fosfato aunque a menudo ricos en potasio. La erosión, la acción de las bacterias y de los hongos así como de organismos más grandes durante cientos de años ayuda a hacer muchos de estos suelos cultivables, produciendo gran cantidad de nutrientes. Estos suelos son muy inhóspitos para la Filoxera, que prefiere la arcilla por su menor contenido en oxígeno. Los suelos volcánicos tienen un alto contenido en oxígeno. Por su violento proceso de formación tanto las rocas como los suelos volcánicos son generalmente muy porosos, permitiendo a la viña aprovechar con facilidad todo lo que ofrecen. No es infrecuente ver viñas plantadas en pie franco en los suelos volcánicos. Como los suelos de arcilla, los volcánicos tienen la capacidad de retener los nutrientes necesarios para permitir un buen desarrollo fisiológico de las pieles de las uvas.


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